En el autonomismo la idea fundamental es que la sociedad se puede arreglar “desde abajo”. Los hombres van descubriendo voluntariamente soluciones y arreglos colectivos espontáneos que permiten que cada persona emplee los medios necesarios para satisfacer sus necesidades y deseos. No conozco de ningún sistema totalmente autonómico, pero sobran los ejemplos en los que los individuos han descubierto arreglos espontáneos para mejorar su calidad de vida. Un ejemplo de arreglos colectivos voluntarios es la minga.
Mi crítica es al construccionismo, es decir, a la intervención del Gobierno para “arreglar” la sociedad. Desde hace varias décadas, la concepción construccionista ha ido ganando adeptos y a través de gobiernos conservadores, dictatoriales, reformadores, socialdemócratas, populistas, se han impuesto políticas públicas cada vez más intervencionistas y que han llevado al Ecuador a caer en manos del gobierno de Rafael Correa. Es que el construccionismo, como arguyo en este libro, inexorablemente desemboca en despotismos o autoritarismos.
No pretendo juzgar a Rafael Correa como persona. Bastante y mejor lo hacen otros. Mi propósito es analizar su proyecto político. Un proyecto político evidentemente construccionista. Hay que advertir que en la ejecución de este proyecto se pretende hacer lo que la gente desea, pero como se trata de imposiciones –no de arreglos voluntarios– el resultado es una dictadura plebiscitaria, o dictadura de las mayorías.
En este libro, busco demostrar que el proyecto político socialista[i], como el que se ha pretendido imponer en el Ecuador, tanto en su forma conceptual como en su forma operativa, está condenado a fracasar porque lleva en sí mismo las semillas de su destrucción. ¿Cuáles son las semillas? En el libro expongo algunas de ellas pero son básicamente dos. La primera radica en el grado de utilización del poder. La segunda es la disponibilidad de utilizar recursos ajenos.
La utilización del poder para cambiar la sociedad es camino al despotismo
Cuando se piensa arreglar la sociedad “desde arriba” se necesita poder. Y mientras más se ahonde en esta presunción construccionista más poder se necesita. En otras palabras, mientras más se profundo sea el afán de “cambiar la sociedad” mayor el grado de autoritarismo.
El construccionismo fue consagrado en la Constitución de Montecristi: concentra poder en el ejecutivo. Aunque también parece que se quiere limitarlo al consagrar innumerables “derechos”, lamentablemente no se establecen mecanismos claros con los cuales los individuos pueden ejercer sus derechos y limitar el poder del gobierno. Esta contradicción es la que lleva al fracaso del proyecto en materia política. Los cambios a la revocatoria de mandato son ejemplos claros de las falencias constitucionales.
La centralización del poder fue consagrada en Montecristi y abre el camino hacia el autoritarismo. Si a esto se añade una personalidad como la de Correa, la conclusión es evidente: El proyecto político no tiene otro final que el despotismo. Y el despotismo no es sempiterno, tarde o temprano los individuos buscan la libertad.
Si no existe un marco institucional que limite el poder, seguiremos cayendo en la trampa de los gobernantes que se convierten en tiranos, en leyes que abruman, en tributos que estrangulan, en regulaciones que incentivan la informalidad, el irrespeto a la ley y, lo que es peor, dan cabida a la corrupción, a la inseguridad personal y a la pobreza.
El manejo de recursos ajenos conlleva ineficiencia y malversación de los fondos de todos
La segunda semilla de su eventual fracaso estriba en que los gobernantes disponen de recursos que no son propios. Varios refranes populares ilustran el problema:
· Lo que no nos cuesta, hagámoslo fiesta.
· Cuando hay torta ajena gratis, no faltan los comensales.
· Es fácil ser socialista con la plata ajena.
En realidad los problemas que se originan por esta causa se empeoran con un mayor ejercicio del poder. Mientras más poder tienen los gobernantes más profundos y extensos el malgasto público, el derroche y malversación de fondos y más intensa y ubicua la corrupción. Las limitaciones al poder deben tener sistemas de rendimiento de cuentas (contraloría y fiscalización por la función legislativa) y una clara independencia del sistema judicial.
Los indicios de la descomposición del sistema, después de más de cuatro años de Gobierno, es cada vez más notable. El desempleo, la delincuencia y la corrupción se han exacerbado, a pesar de los ingentes recursos de los que ha dispuesto el Gobierno. Invito al lector a revisar el apéndice (elaborado por el Ing. Jaime Brito) en donde se compendian las acciones del gobierno y el fracaso de dichas acciones. Este compendio se hizo a finales de febrero de este año, pero desde entonces acá se han multiplicado y seguirán multiplicándose porque el marco conceptual sobre el que descansa el gobierno no es sustentable y por ello está condenado a fracasar.
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